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Poesía (composición): Receta de una Redención trifásica

RECETA DE UNA REDENCIÓN TRIFÁSICA

LA BITÁCORA.

A quien pueda interesar,

a tres lunas del viaje retorcido

viscoelásticos barrotes negros escondidos,

estoy, a la epidemia diagnosticada

consumidora del camisas blancas.

Lógicamente, sobrevivir no he podido

aquel monstruo atractivo; convencido,

que del sol hemos venido, sonrientes, por

la caminata espacial más falsa y brillante.

De pantallas brillantes, somos ilustres

el síntoma principal, el chiste: falta de rojo.

Cuerpos apilados en camillas y ruedas

infectaron toda nuestra nave, estamos enfermos (?).

Al leerme, desisto al gráfico ordinario rotulador. Mejor,

rompo los adjetivos meretrices del grabador,

y en voz alta y clara, recelo la cura inmaculada.

Aquí, te la expongo, oíd.

Yo soy el médico de este viaje,

que quede bien claro, he sido designado.

EL TRATAMIENTO.

Primero, pedimos atención a corazones caros,

algo morados, por perspectivas amasadas,

que sus amarres de anclajes tensados

se verán arraigados desde las cuerdas

y por las cuerdas vocales, más no sonoras.

Estos vienen en tres partes: I, II y III,

y son los actos de una redención,

tratamiento visceral médico recetado.

Si al individuo, tú, en día advertimos dos veces,

hoy, lo hacemos de nuevo. Sin alusiones, digo:

Es bien sabido, de esta trifásica, resulta la gracia

o catatumba. Obedece al largo del paciente

y a su espectro, de ti, mejor dicho. No te lo midas.

Y no te lo pruebes. Esculpir y ser esculpido,

es una mordida algo fuerte resistente.

Sobrelleva, con agudeza menos,

un pecho dormido, como sin más.

Lo urgente, ante todo, es sellar estos tratados

los síntomas: apatía, vida sin vida, amores sin rostros,

llantos sin causas, que insisten matutinamente.

Lo he dejado debidamente explicado.

Mejor, prosiga.

ACTO I

DE LAS ONDAS RADIO ELÉCTRICAS.

Partículas eléctricas nutren a la consciencia

aquellas contribuciones, no comunes, sobre el ardor,

el quemar y el templado, nos piden, casi a diario

una atención rara del ojo discernido, de la consciencia.

Lo ordinario ya no lo vemos, y lo distinto, lo ensayamos.

De ensayos y errores, empíricos vamos

rápidamente de experiencia, fuimos conocedores.

Fuimos simiescos, fieles a los deseos nuestros,

rompiendo el molde, en manada numerosa nos juntamos.

El cielo nos dejó ver, tremendo espectáculo

las vueltas dieron y las rotaciones repitieron. Oráculos, en una versión dorada casi descompuestos,

una especie menos dominante y voluptuosa, a una especie más dominada y fina.

Del regalo natural, la consciencia habló la infame sobrevivencia superada:

Eramos, cuando el mamut, un total desastre. Sólo los prósperos bigotes se alimentaban,

y cuando sus casas se rellenaban de carne, es que nacía el afecto bello humano.

(Pues, se envidiaba al rebaño estable,

como se recelaba a la inteligente madre).

Necesario fueron célebres actos

para despedimos, de una buena vez,

de la sobrevivencia maldita y muerta.

Nos trasladamos, entonces, a cachetes suaves,

al cívico uniforme, a los multicolores y

a las multilenguas. Viajamos a los planetas y

no a las nubes, pues de cercas

no ofrecían el mucho apropiado de grandes.

Del empirismo, soltamos finalmente la creatividad,

y de la consciencia, definimos a la belleza.

Y en este orden, fuimos muy bellos, muchas veces.

En muchos lugares, se creaba y evaluaba:

“qué belleza ésto, y éstas y aquellos, ¿no?”

Por algunos siglos, desde el zenit avistaron

que ninguna soga aguataría a los barcos,

ningún horizonte sería tan lejos para no poblarlo.

¡Ah!, si lo pienso, admito tan enamorado:

¡Aquellos sí que eran nuestros días!

Pero, en queja, con los escépticos aun ando;

por tanto, les debo formular:

¿Cuándo es que nos desplomamos?,

¿cuándo atrasamos al negro?,

¿cuándo del beso avanzamos al sueño?

En este momento, casi obvio resulta,

a los corazones rojos de la moribunda,

un azul le vendimos a sangre sustituta,

y sin notificaciones, lo renunciamos.

Y era esto, si; un corazón sin rojo

¡Un corazón azulejo! Lo comprado ahora

como un caché nuevo, perplejo.

Tampoco, hubo voces ni tenores,

las emisiones de amplitudes determinadas,

las ondas radioeléctricas fueron instauradas.

Tremendo reparo o disparate hicimos al rebaño,

de la conciencia y para la conciencia,

socavamos a la creatividad.

Yo, personalmente, admito la ejecución impecable.

Les cito ese mensaje, y no regresemos:

“Individuos, únicos (?) Os prometo, no habrán más muertos. Abandonaremos a la sobrevivencia fiera,

y a los mamuts en el museo veremos,

y a las carnes en los mercados compraremos”.

Un ínfimo sacrificio teníamos que dar, ¿no?

Firmemos, sin cual y mejor oremos

matemos al rojizo, a aquel viejo.

Felices, aceptaron los esbirros de pieles,

fuimos al terror y renunciamos a la vida,

le escupimos a Epicuro, a éste, en la cara

y lo engavetamos, bien guardado.

Ciegos y sordos, también fuimos,

de radioeléctricas no veíamos,

agrupamos emisores y transmisores,

para vivir de pantallas brillantes.

Del sistema cimentado, asesinaron a nihilistas.

¿Cuál era el sentido de la vida? Muchos,

la radioemisora nos lo dictaba día a día:

¿Qué soy? Eres, ¿Qué hago? Haces, ¿Por qué existo? Existes, preocuparse por esas tonterías, era pérdida

valiosa de horarios ¿Acaso, no lo entienden?

Así, construimos un imperio metálico,

de acero, de arcos de acero, y de grandes pantallas.

A las cimas frías, una barbacoa hicimos,

a la luna, un satélite, y a la felicidad, una opinión.

Tres pernos en el cuello hicieron falta

y dos tornillos en las rodillas como mínimo,

para que no avisáramos qué de años pasaban

ni qué de estaciones se enverdecían.

Y por poco, casi todo se desvaneció.

Se agradece aquí, a los pocos resistentes,

fuertes a las dosis mediáticas, que consiguieron

por mapas, vías y planos, más la distancia,

percibir lo asqueroso del fondo:

La repetición y reencarnación de nuestra especie,

era una esclavitud social enseñada, ¡perfecta película!.

Pues, la creíamos sin cobrar ni media trama.

En desesperación, redactaron una teoría descriptiva,

sin salidas, y lo hablaron al extenso.

De amenazas victorianas, escribieron en acertijos.

Camuflaron los versos y dificultaron su entendimiento.

La anexo a continuación, la teoría. Pido discreción,

la perturbación no debe ser omitida ni olvidada.

Es mejor, que prosiga, con la cautela de los instintos primarios.

Doctor abordo, despacho del laboratorio,

Nave nodriza, modelo europeo, español.

ACTO II

COMENTARIOS GENERALES SOBRE LA REENCARNACIÓN.

¡Ya quedó estilizado El Arco de Acero!,

Así lo he dejado, ¿Qué vulgar esta dicha, no? ¿Acaso no lo es? Es tan Asquerosa y un tanto blanca.

Ya sé, ya sé, algunos me advierten: son vibrantes tornillos que giran, su rechinar agudo asusta solamente la primera vez.

La segunda vez, el agua escurre de la boca con una campana falsa. El acero se ríe en las caras. Pero, más nada.

Qué fanfarrón es ese Arco de Acero ¿Acaso no lo es?

Con ese ciclo revoltoso, ya se había asomado un bailar sucio, una danza repugnante de rocas, de ésas que rozan. Las de las caras familiares ásperas, las repetidas.

-¡Ja!- me dije -. ¡Ja! qué Atrevido es este prometedor, este arco de acero, se me enseña muy caro, muy orgulloso. Lo he visto, es un reactivo. ¡Ja!, sí que lo es, es un reactivo.

Me explico por si no lo ven: ¿No saben que un prometedor es posible cuando ya ve lo que verá? Lo duplica, es como un evento más un pupilo, son los adictos. Ellos me lo han dicho todo:

Te lo reitero mi espectador, somos libres, somos activos, somos preferidos y de voluntad grande” Pero, ¡cómo me contenía la risa! Se me tradujeron las carcajadas en que son débiles, dependientes de toda ley fijada. De la teoría de la reencarnación.

Ya me los conozco, son todos así, degenerados en una consciencia, en una mala consciencia, como algunos dirían. Pues, pensémoslo un momento (aprovechemos que el señor no está de vigía) escúchenme en este grito aterrador, lo digo en vergüenza, pero escúchenme: Todos morimos al nacer, reencarnamos frente al mismo espectador,

él ya lo sabe. ¡Oh!, ¡sí que lo sabe! Nunca serás poderoso ni libre, dedícate como buen prometedor al teatro

de saldar deudas, de repetir la misma historia.

Por eso, ya se los he dicho en voz alta, pero ningún dolor he liberado, que desgracia eterna, ¡Qué desdicha!

Entonces, acordemos que ésas son nuestras verdades,

no me la discutan o me las controlo, se las divulgo a trozos.

A trozos, soy el admirable, pues comprometido entre los insectos, ahí cualquiera se vuelve en algo más. De repente, se los dicto:

¡Declaro que el arco de acero es santo!, ¡que el viento es santo!,

¡que el terremoto es santo! y que su espectro es santo. Pero, ¡Basta!, ¡deténgame! Debo parar, aún mi período es indeterminado, eso aún no lo he declarado. La incertidumbre ofrece lujo de patéticos. La certeza como augurio y desdicha.

Mejor me decido, en verdad, es que mejor que lo admita. A mis insectos, por algo respeto, les debo decir:

Lamento no ser la nada, o el individuo libre o el admirable. Soy un reaccionario, soy reactivo. Si, Lo soy.

Entonces en un llanto regresé al Arco de Acero, regreso a este asunto, a él, porque lo veo y me ve de reojo. Él, de dientes, me refleja una luz blanca mate y dice -Yo soy el estilizado, yo soy

el bello, yo soy el perfecto – sonriente, continúa -.Yo soy el aquello y las aquellas ¡Mírame! Soy eterno, el tiempo no derrite, es lento.

Concluye y justo entonces extiende su tanta sombra metálica encima mía. Yo le grito en fuerza -Mátame Arco, mátame.

Al fin morir bien muerto. Vienen los camiones que escuché antes, al principio, en la larga carga. Al fin, tendré presencia de mi gran creación, asistida por los genios antepasados, haciendo recuerdo justo de esa gran deuda, la que nunca se paga,

la que nunca se acaba.

Al fin, este castigo será mi liberación, ya sabemos que novedad de un evento no existe, solamente se disimula. Pero, ¡cómo deseo disimilar y ser disimulado!, ¡espectador hazme tuyo! Con este grito, te lo pido, hazme distinto, no me regreses a la piscina

repugnante del arco de acero. Te lo prometo, si es que yo prometo

¿Cuándo el espectador me verá santo?, ¿cuándo me hará contrario a mi consciencia?,

¿cuándo seré salvaje como la nada y coherente a mis fieras?

¿¡Cuándo!?

Todos éstos están enterrados en los cimientos del arco, en su sombra blanca enceguecedora, mate. Maldito arco.

Lo admito, qué asco lo fácil que prometo, avanzo solo en la bajada. Ya el señor regresó y me vigila. El ciclo lo expliqué y vosotros

me entendéis. Cómo lo nuevo pasó al azul y cómo lo común pasó al negro. Pues, yo seré negro, ya por dicha o desdicha, pero seré negro, soy eterno repetido, a veces incluso algo curvo.

¡¿Es que acaso soy el Arco de Acero!? Esto atemoriza, sin recurrir a las denuncias, todo es un gran llanto. Los desesperados me conocen, nadie me responde.

El fin nunca está cerca, ésa es la creación, esa es la maldición y lo infeliz. Aún así, lo amo, como lo he dicho antes: “te amo, nunca

te saldré nuevo, no, nunca”. No lo dejaré, pues yo lo prometo. Ese es el arco de acero es mío y su anillo me pertenece. Mejor admirémosle.

Y calmados así, quedó el arco de acero estilizado, así lo he dejado qué vulgar esta dicha, ¿no?

¿Acaso no lo es?.

Es un tanto asquerosa y un tanto blanca…

ACTO III

HIPÓTESIS PARA LA REDENCIÓN.

Hay que describir a una idea,

ideal para escapatoria lúcida y sencilla.

Sin borrar tinta que fuimos, más bien,

con la perspectiva mecánica-fonética del bien,

y objetivo funcional de alegría buena

descubramos: ¿cómo podemos relanzarla?,

¿cómo podemos revivirla?.

Culminas tu viaje, parando las neurosis y sueños.

Tanto has renunciando como aprendiz de libros,

que caminos menos certeros no has recorrido,

con linternas fugaces AA, nos reflejaste a

los espejos del vacío: no te viste ya el mismo.

Porque siempre fuiste quien fuiste

ya no luchaste contra él,

ya no luchabas contra ti.

Te haces sordo al pico ondulado

emitido todavía por tradición urbana,

del canto falso y sus transmisores famosos,

decides no escuchar a la canción engañosa.

Concluyes que la perturbación del tratamiento,

fueron las ondas radioeléctricas de la social destructora,

con su arco de acero, y de

su empeño doblado por tener al universo.

Aceptas agobiado al azul. Pero, lo remueves,

te revives al rojo, te renuevas rojo.

Lamentas a tus hermanos, que no

nacen nihilistas, ni graciosos filántropos,

ellos duermen por fríos inviernos, con

historias intrincadas y seductoras,

que auguran sórdida enfermedad mental.

Ya no los oyes, y ya no los lees.

La hipótesis, desde ahora, la empiezas

a disfrutar, vienes a un lugar paralelo

y desde mazo, soplas un As.

Es este As, la razón abre botellas,

sin rostro definido, pues son muchos,

sin género definido, pues son demasiados,

y sin cantidad infinita, pues es una sola.

Respondes: es ella y es él. Es eso y es ésa.

La hipótesis redime tu cerebro, entras en fase III:

¿Podría la desesperación entendida ser crujido

final y no de las vías?

Del acero azul nací falso, ¿me liberarías?

La palma te envía al comercio nervioso

unos rayos violetas, casi relámpagos.

Sientes en la mano, tu palma nerviosa,

lo que ella te dijo: radios cósmicos

notorios te gritan, te imitan.

Es aquí, cuando ves y oyes de nuevo,

sin pantallas, ni emisores requeridos,

sin ningún arco metálico, ni acero centrifugado.

Reencarnas en dicha, y da igual,

tu espectro duplicado se disimula.

Al fin, rocías tu cara de vida enamorada.

Enamorado (y al aburdo) es ella para ti.

De tantas respuestas y del tanto preguntar,

concibes al dialogo de una redención recetada:

-¿Será nuevo, será ella?- Tu dices.

-¿Será él, seré nueva?- Ella piensa.

Y desde la hipótesis, preparas el brebaje rojo:

De mazmorras oscura, del odio por ti mismo,

por los demás, de la vulgar indignación

indicadora de injusticias: naces inteligente.

Y, ciertamente, infeliz, incoloro, detergente.

Del correr, jugar y montar árboles,

imitando niño que te aviva, vulgar de infantilismo

creas amistades: naces acompañado.

Pero, ciertamente, inmaduro, rosado.

Del beber, pintar y cantar, atléticamente

altivo ante enemigos, vulgar de habilidades

fanfarrón modesto: naces seguro, atractivo.

Pero, ciertamente, pomposo, inflado.

Sano justo entonces, al par de esta evolución,

de los tres principios curativos, es que

consolidas tu hipótesis risueña feliz:

Eras tú y era ella. Era él, la receta.

Duermes despierto, en larga calma.

Por primera vez, quedas redimido, quedas redimida.

Escrito por Marcos San Juan.

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